Dedicarse a las industrias creativas en México es difícil. Pero también es poderoso. Crear es resistir. Creo que vale la pena desempacar esta reflexión, ya que la tecnología, indudablemente, está intrínsecamente ligada a este sector.
No podemos ignorar que el contenido digital ha sido el segmento cultural con mayor crecimiento económico en el último año, superando a medios audiovisuales tradicionales, así como a sectores como el arte, el diseño y la arquitectura. Por ello, creo que, para construir una relación saludable con la tecnología, primero debemos entender nuestro propio contexto.
Todos sabemos que no es fácil dedicarse a las industrias creativas en México.
Es un hecho que vivimos y enfrentamos cada día. Pero lo que también sabemos es que, pese a todo, seguimos aquí, porque crear es increíble.
Si nos detenemos a analizar nuestro contexto, nos damos cuenta de que hay tantos factores en juego que a veces no sabemos ni por dónde empezar.
Pero intentemos, de manera general, describir un poco este escenario.
En primer lugar, consideremos las industrias creativas como “facilitadoras de generación de valor”. Usamos nuestra imaginación y talento para desarrollar productos culturales, servicios innovadores, o experiencias únicas que no solo satisfacen necesidades, sino que tocan emociones y enriquecen la vida de las personas.
Sí, sé que esto puede sonar un poco romántico, pero también hay que reconocer que estas industrias son hijas de sistemas económicos y culturales complejos. Como creativos, debemos aprender a movernos en ese espacio incómodo llamado “incertidumbre”.
Y desafortunadamente, “La Incertidumbre” es un lugar en el que nadie quiere estar, particularmente en México.
Nuestro contexto bajo la lente de varios factores
Culturalmente, los mexicanos amamos nuestras tradiciones. Preferimos lo conocido a lo desconocido. Esto se refleja en la preferencia por modelos probados dentro de las industrias creativas, donde muchas veces se opta por “tropicalizar” éxitos extranjeros en lugar de apostar por propuestas auténticamente nuevas. Esto refuerza un ciclo en el que la creatividad se limita a la imitación más que a la innovación, alimentada por el conformismo del mercado.
Económicamente, innovar en México es un riesgo. Muchas empresas y emprendedores creativos trabajan con recursos limitados y no pueden permitirse errores. Esto crea un ecosistema donde el “business as usual” prevalece y la falta de inversión en investigación, desarrollo y propiedad intelectual frena el crecimiento. No es de extrañar que México ocupe un lugar bajo en el Índice de Innovación Global. La frase “mejor malo por conocido que bueno por conocer” nos define, y eso nos cuesta caro como país.
Institucionalmente, las industrias creativas aún no se perciben como un motor clave para la economía. A menudo se asocian más con actividades culturales o artísticas que con innovación o desarrollo económico. Esto limita su acceso a financiamiento, incentivos fiscales y apoyo gubernamental. En muchos casos, los creativos deben encontrar su propio camino, asumiendo costos y riesgos desproporcionados.
Pedagógicamente, la educación en estas industrias adopta modelos extranjeros que no siempre se adaptan a nuestra realidad. Faltan programas que enseñen cómo enfrentar desafíos locales como la falta de recursos o la burocracia, y sobran recetas genéricas que ignoran el potencial transformador de nuestra creatividad en contextos únicos.